Reportaje de la Revista PÁSALO.

 

 

 

 

 

DE MAYOR QUIERO…

 

…SER MONOLOGUISTA, ACTRIZ, ¡ARTISTA!

 

Yésica Val: "veo más ahora sin ver de lo que veía antes, porque no veo con los ojos, veo con el corazón."

 

Por Refugio Martínez

 

Sin pelos en la lengua, con humor, con inteligencia y con sentido crítico, a Yésica Val le gusta hacer las cosas de corazón, estudiar psicología y, sobre todo, dar rienda suelta a la artista que lleva dentro. Su sueño, trabajar en una serie de televisión. Su trabajo, poner todo su empeño en desarrollar su potencial para triunfar en los escenarios.

 

Si el amor es una gran pasión, ¿cuanto mayor es el desamor? Si el amor ha inspirado a grandes artistas ¿qué hubiera sido del arte sin la contrapartida de las frustraciones amorosas? Precisamente fue un sentimiento tan denostado como el desamor el que inspiró a Yésica a escribir su primer monologo. "Un chico me dio calabazas y escribí un texto potente. Hizo tanta gracia cuando lo estrené que luego empezaron a llamarme de todos los locales".

 

Y así, de la noche a la mañana y sin pretenderlo se hizo famosa en toda Galicia y viajó por la geografía española para presentar sus monólogos. "Yo no pensaba que eso fuera a surgir así, porque para mí fue una cosa sin importancia. Escribí el texto. Me presenté a un concurso, luego a otro, de una cosa salió la otra. Y cuando me di cuenta estaba ya en Sevilla, en Barcelona, en Madrid, y en todas partes, haciendo el monologo y escribiendo más", recuerda Val.

 

Durante los siete años que duró su inmersión por el mundo del humor fue conocida como la monologuista ciega. Este nombre, que le dio el locutor de Radio Voz Pablo Portabales, con quien colaboró durante tres años, a Yésica le parece muy acertado porque la ceguera es su "seña de identidad". "Lo que me hace diferente al resto de los monoliguistas es que soy mujer y encima soy invidente".

 

Como la mayoría de humoristas esta risueña gallega se ríe de sí misma, de los demás y de todos. Por eso, está "flipando" con el protagonismo que la censura ha alcanzado en este país y no entiende la excesiva sensibilidad que está llevando a la sociedad actual a una "involución" en donde "no se puede hacer chistes de nada. Si seguimos así, vamos a tener que hacer el humor a escondidas". Sin embargo, reconoce que no es el exceso de susceptibilidad social, ni la falta de libertad de expresión lo que la ha alejado de este oficio, sino lo duro que es todo el trabajo que hay detrás de los 30 minutos que dura un monologo y que nadie ve.

 

"Es como hacer el pan. Una vez que lo ves hecho te parece que no hay trabajo pero para llegar al pan hubo que levantarse muy temprano, amasarlo y meterlo en el horno". En su caso para llegar al resultado final, primero tenía que escribir un monologo, buscar y localizar los locales, ensayar, hacer la publicidad, moverlo por las redes, mandar WhatsApp para convencer a conocidos y amigos, conseguir acompañante que hiciera de lazarillo en todos sus periplos y, por último, lidiar con los empresarios para cobrar lo establecido. Un gran esfuerzo que durante siete años le compensó porque "aunque todo el trabajo es para ti, también son todos los aplausos para ti y es increíble cuando te felicitan y sabes que lo has hecho bien".

 

Aunque no ha cerrado la puerta del todo, desde hace un año, por cansancio y motivos personales, decidió cambiar de rumbo pero, que haya dejado de lado su vis más cómica no quiere decir que se haya alejado de los escenarios. "Ahora prefiero dedicarme al teatro y estudiar psicología", explica. "Me levanto para hacer teatro y estudiar. Ese es mi trabajo, aunque no me paguen".

 

Un giro de 180 grados

 

Los problemas de visión empezaron a los 23 años, aproximadamente. Cuando estudiaba la carrera de Relaciones Laborales, empezó a perder vista de una forma alarmante, "como era muy miope, al principio creí que tenía mal la graduación. Una de las veces que fui a urgencias me dijeron que padecía una enfermedad degenerativa, probablemente de nacimiento, pero que se había manifestado de adulta".

 

Si hay algo que Yésica valora es la capacidad de adaptación que tienen los seres humanos "y cuanto más vivo más cuenta me doy de ello". Algo de lo que sabe mucho porque después de que le diagnosticaran una degeneración macular progresiva tuvo que aprender a adaptarse a la vida una y otra vez. "Tardé muchos años en asumir la enfermedad y, como además es degenerativa, cuando asumía una fase de la enfermedad venia otra peor y hasta ahora que prácticamente no veo nada, luz y sombras", recuerda de una etapa que ya quedo muy atrás.

 

Sin embargo, para esta entusiasta de la vida no es lo mismo ser ciega que perder la visión ya que en su opinión ve más ahora sin ver de lo que veía antes, "porque no veo con los ojos, ahora veo con el corazón. Es como que ya no juzgas desde la vista todo es de cabeza y de corazón".

Al acabar la carrera trabajó como administrativa, pero llegó un momento que las adaptaciones al puesto de trabajo no fueron suficientes y le concedieron la incapacidad permanente. Y con tanto tiempo libre, al principio pensó que se le caería el mundo encima de tanto aburrimiento. "Y para nada. Me dio por hacer todo lo que no pude hasta ahora. Me metí en ballet clásico, en danza contemporánea, en teatro, en todas las artes". Y por supuesto, aprovechó para sacarse "la espinita" de estudiar psicología, la carrera a la que no se matriculó porque no le daba la nota.

 

Con todas estas experiencias bien aferradas a la piel Yésica tiene claro que "la vida son dos días" y que hay que disfrutarla al máximo, perseguir los sueños, en la medida de nuestras posibilidades, y hacer lo que a uno le gusta. "Pero, eso sí, ¡de corazón! Si no, ¿para qué estamos aquí?".